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rodrigovillarrubia6

¡Gracias infinitas!



El pasado 26 de noviembre, tuve el privilegio de vivir uno de los momentos más emotivos de los que he podido disfrutar en mi vida. Mejor dicho, un cúmulo de momentos.


Muchos meses antes, di por finalizada la composición de un pasodoble, que por diversas circunstancias, quise dedicar a lo que más puede querer una persona como padre: a mis hijos. Mi objetivo estaba cumplido. Estaba creado y editado, y quedaba a la espera de que cuando llegara el momento viera la luz.


Más tarde, el nuevo rumbo que tomaba la Banda Sinfónica de Torrelodones, al independizarse por completo de la gestión municipal y seguir su camino bajo la gestión de la Asociación de músicos de Torrelodones “Musitorre”, llevó a que en una asamblea general extraordinaria, se abriera la puerta a la figura de los Subdirectores, cometido para el que, en base a mi experiencia, voluntariamente me ofrecí con el objeto de aprender y ayudar en todo cuanto estuviera en mi mano.


En esos días, en una conversación de café con nuestro director, maestro y amigo, manifesté mi intención de empezar a hacer público todo mi trabajo que, como aprendiz en el mundo de la composición, había venido desarrollando en los últimos años, incluidas algunas obras inéditas, entre las que se encontraba este pasodoble, a lo que de manera inmediata obtuve como respuesta: “Súbelo, va para el concierto de Santa Cecilia”. Y tras una primera lectura, sin más, se le dio cabida dentro de un repertorio que iba a ser dedicado a la Zarzuela.


Mezclados estos ingredientes, se me abría la puerta y se me ofrecía, aunque más que ofrecimiento, podría considerarlo “imposición” –entrecomillado-, la oportunidad de dirigir el estreno del mismo.


Recuerdo como en uno de esos primeros ensayos, nuestro director me invitó a dirigir y experimentar las sensaciones en esa primera toma de contacto al frente de la banda, hecho que fue desastroso por mi parte. Era hora de recibir “clases particulares” y aprender conceptos generales básicos, que tiraban por tierra todo lo que yo tenía en mente. Fueron unas horas, creo que fructíferas, ayudado además por guías telemáticas, lo que me ayudaría a plantear dudas y aclararlas en una posterior clase de estudio de la propia obra.


En cada ensayo empezaba a comprender y llegaba a entender muchas situaciones que hay que manejar cuando se está al frente y se dirige una agrupación. Situaciones que desde el otro lado no apreciamos.


Aun así, cada viernes me enfrentaba a mí mismo, a los nervios, a intentar controlar una situación que en cualquier descuido, cualquier falta de concentración, se me iba de las manos.


Llegaba el día, y a pesar de intentar mantener una calma interior, resultaba difícil conseguirlo, ni aun intentando aislarme. Ni que decir tiene, que los nervios aparecían por todos los frentes: en primer lugar por lo que significa que se interprete una obra propia, y además su estreno; en segundo lugar porque es dedicada a tus hijos; y por último, y seguramente el reto más difícil para mí, por la responsabilidad de ejercer la dirección de su interpretación.


Y se acercaba la hora. Exactamente cuando daba comienzo la segunda parte del concierto, que se iniciaría con ese estreno de “CARMAIXELA”. Ahí sí, concentrado en el trascenio, y con la mente enfocada en hacerlo lo mejor posible, llegaba el verdadero momento, a partir del cual los minutos se convertirían para mí en segundos, que los disfruté sobre manera hasta el mismísimo acorde final con el que me llegó una sensación inexplicable, y ganas de más. Ni en el mejor de los pensamientos habría imaginado vivir esos momentos, culminados además, con la entrega de la partitura a sus protagonistas, mis hijos, que además fueron intérpretes del mismo.


Como ya lo hice en privado, en el último ensayo, y públicamente, tras la interpretación del pasodoble, no voy a citar a nadie en esta ocasión, pero sí quiero finalizar este relato con mi eterno agradecimiento a todos los que lo hicisteis posible. ¡Gracias infinitas!


Raúl Coco Díez

Músico de la Banda Sinfónica de Torrelodones



Carta escrita por uno de los miembros de esta banda como agradecimiento tras su debut como director en concierto.

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